Relaciones afectivas

La soledad, en particular la no deseada, es un fenómeno creciente en nuestra sociedad que afecta principalmente a los jóvenes de 16 a 29 años y a las personas mayores de 75 años. Este aislamiento involuntario alimenta el sufrimiento y eleva las tasas de ansiedad, depresión, demencia y suicidio. La falta de conexiones sociales aumenta la vulnerabilidad a enfermedades cardíacas y accidentes cerebrovasculares, y la soledad puede ser tan perjudicial como el tabaquismo, la obesidad y la inactividad física. Factores como el excesivo uso de pantallas, la insuficiente educación en salud mental y emocional en las escuelas, y un sistema socioeconómico que no favorece el bienestar individual y familiar, contribuyen a esta triste realidad.

Desde una perspectiva neuronal, la soledad activa neuronas dopaminérgicas en el núcleo dorsal del rafe, una región cerebral asociada con la alerta, impulsando la búsqueda de interacción social. Este mecanismo es similar al de una persona hambrienta en busca de alimento. Somos seres intrínsecamente sociales y no estamos diseñados para el aislamiento. La soledad puede deprimir el cerebro y limitar su funcionalidad. Los lazos sociales son esenciales no solo para la supervivencia de la especie, sino también para nuestro bienestar emocional. Socializar incrementa la dopamina y la oxitocina, disminuye el estrés y mejora la autoestima, otorgando sentido y propósito a la vida. Vivir en comunidad está vinculado con una mayor longevidad y la interacción social fomenta la plasticidad cerebral, mejorando nuestra capacidad de adaptación y autorregulación emocional, lo que se traduce en una vida más plena y feliz.

En un mundo individualista y digitalmente hiperconectado, el contacto humano real es más necesario que nunca. Aunque la convivencia puede generar conflictos y algunas relaciones pueden ser dañinas, la interacción humana es sinónimo de vida. El aislamiento puede parecer más sencillo logísticamente, pero tiene un alto costo emocional y físico. Puede que solos avancemos rápido, pero es juntos donde alcanzamos mayores distancias. La vida compartida es una vida con significado. Los vínculos saludables nos tranquilizan, reconfortan y permiten nuestro florecimiento. Aprender a cuidar y cultivar estas conexiones es vital para nuestra salud y bienestar.